Sí, llamadme bicho raro, pero las cosas no las veo como las ve la mayoría, de uno u otro lado. Quizá sea demasiado pedir, pero deberíamos analizar las cosas, intentarlo al menos desde la atalaya más alejada posible. Sin embargo los estímulos son muchos y poderosos. Estamos hablando de siglos de poder, en sus múltiples formas. Se superaron guerras, conflictos; se conquistaron derechos, libertades, sí, pero siempre desde ese control, desde esa manipulación y distorsión de la realidad de la que siempre somos cómplices. Parecía que nuestra nueva condición iba a demostrarse como más mérito nuestro que dádivas del sistema, pero la realidad cotidiana contradice esa suposición. Nosotros nunca tenemos la culpa. ¿Es así realmente?
Siglos de poder y décadas de la era de la información, de los mass media, de la propaganda masiva, de la publicidad y sobre todo de la televisión y de Internet. Es indudable la decadencia, la corrupción, el latrocinio; es comprensible la indignación, la protesta, el deseo de cambio. ¿Pero realmente nuestro comportamiento está acorde con nuestras quejas? ¿No nos falta algo de autocrítica?
Vivimos en una sociedad dominada por la prisa, la falta de análisis, la saturación de información y el poco sentido crítico profundo. Es difícil ver a un político reconocer errores, cambiar de opinión o reconocer méritos ajenos, pero ¿y nosotros? ¿Acaso no somos el reflejo de la ciudadanía? Repudiamos la corrupción a gran escala, ¿pero y los amigos y familiares que la amparan o callan? ¿Nos preocuparía de dónde emana el puestazo de tal o cual administración si el ocupante fuera nuestro hijo, sobrino, hermano…? ¿Qué grado de responsabilidad tenemos cuando emulamos en nuestra economía, modo de vida y ética ciertos comportamientos que luego criticamos en las ‘altas esferas’?
Tras la crisis, la población clamaba por un cambio. Surgió un partido nuevo y otro autonómico se ha convertido en nacional. Hablamos de segunda transición, de fin del bipartidismo, de cambio de modelo económico, de gestión de deuda. Todo parece que va a cambiar, pero como casi siempre nada cambie. Al final los unos no pierden tanto y los nuevos no ganan tanto, pareciendo complementarse entre ellos. Parece que la política cambia, se reinventa, pero ¿es así realmente? ¿Acaso no seguimos fijándonos más en cómo va vestido un candidato, lo guapo o no que es, cómo se mueve o da en cámara o lo que está dispuesto a hacer en un programa de televisión, más que en sus propuestas, en su programa electoral o en que explique con datos qué va a hacer o con quién va a pactar?
Continuamos preocupándonos por la generalidad sin ir a la raíz del asunto. ¿Educación? Sí, es la clave, pero entre 1 y 6 años según los investigadores. ¿Estado del bienestar? Bien, pero ¿cómo?, ¿por qué no se dice la realidad, los números reales, la pirámide poblacional y su inquietante proyección hacia lo insostenible? No interesa y además no lo necesitan porque nosotros mismos no lo exigimos, hipnotizados por el ruido.
Al final somos las primeras víctimas, una democracia basada en la opinión pública, la tertulia, la imagen, la sobreinformación de baja calidad, el poco análisis riguroso y la ideologización del votante sesgando totalmente sus decisiones, opiniones y análisis. Queremos un cambio pero no empezamos por cambiar nosotros mismos y finalmente acabamos sucumbiendo a unas posiciones más bien conservadoras. Igualmente contradictorio o poco riguroso suele resultar la extrapolación a problemas más allá de nuestras fronteras y globales. Es el pensamiento único de ‘nadar y guardar la ropa’, de adhesión a una ideología o pensamiento como si de un equipo de fútbol se tratara. En definitiva, la pervivencia, gracias a los perfectos aliados televisivos, radiofónicos o cibernéticos, de una ‘cueva de Platón’ en el doble sentido de sombras proyectadas en la mera superficie y el impedimento de ver la verdadera realidad bien porque no nos dejan o no queremos darnos la vuelta.
El mundo y la dialéctica histórica, bajo el manto grueso e irrompible de la pura y dura antropología y las constantes del comportamiento humano, seguirá su curso. Mientras, los dignos, los indignados y los que anhelan cambio y luchan por él seguirán siendo una brisa tapada por los vientos racheados de una élite que siempre acaba ganando y un grueso de población que acaba olvidando lo que exige porque le acaban exigiendo un poco menos. ¿El sempiterno “que todo cambie para que nada cambie”? Veremos.
Mientras, seguimos tan entretenidos frente al televisor o en Twitter con partidos corruptos a los que siguen votando millones o nuevos candidatos encantados de conocerse o que no distinguen el artículo 143 del 151. El medio sigue siendo el fin. Pero da igual, todo vale porque nosotros sostenemos este enorme vodevil y si ellos mismos no se sacan los colores de verdad será por algo.
El verano toca a su fin y el alivio de no haber escuchado tanto a los políticos me ha reconfortado, como evadido de una realidad que volverá con toda su fuerza en septiembre. No pasa nada, he decidido alejarme cada vez más de algo que no tiene arreglo.

Y es que evadirse de la realidad, para bien o para mal, es un deporte extendido en nuestra sociedad. Pero hay una particularidad que la hace aún más atractiva, una tendencia: la pleitesía y el recuerdo continuo a los 80. Tiene su lógica. Los 80 no es que fuera una época libre de guerras, hambrunas y crisis, pero supuso el comienzo de algo que ahora se está materializando, aunque desgraciadamente muy diluido y matizado. Es cierto que la gran revolución científica se produjo en la primera mitad del siglo XX y con ello la tecnológica, pero sin duda en los ochenta se pusieron los cimientos para el verdadero edificio que aguantara lo que habría de venir en las próximas décadas.

Pues henos aquí, evadidos cada vez más en la tecnificación y en una época ochentera que precisamente preludió lo que ahora vivimos, aunque los sueños eran infinitamente mayores que la realidad que ahora está ante nosotros. Mi 2015 y el de muchos de mi generación lo imaginábamos muy diferente. Quizá por eso retomamos esos recuerdos, vivencias, gadgets, videojuegos, libros, pelis…, como si quisiéramos retroceder a ese pasado para llegar a un futuro, este presente, alternativo.

Portada del libro
Pero mi evasión no ha sido tecnológica, salvo que usaba un ebook. Ha sido de lo más clásica, antigua: la lectura. Y toda esta introducción viene al hilo del libro que he devorado en pocos días: Ready Player One. ¿Os suena? No el título, la frase. Sí, es la que ponían en las máquinas recreativas para empezar la partida. Evasión de lectura y evasión nostálgica. Sin embargo el libro está ambientado en el futuro, en un futuro muy cercano ya a nuestro presente que continúa teniendo a los ochenta de referente y protagonista. Veremos si la versión en cine que Spielberg se ha apresurado a hacer esté más en su línea “seria” que de cine adolescente.

Digo esto porque el protagonista es un adolescente y la novela rezuma versión cinematográfica por todos sus poros. Quizá por eso intenta y consigue atraparte todo el tiempo pero su principio brillante y primera mitad fascinante y oscura nada tiene que ver con una segunda más juvenil y previsible, por no hablar del final, tan convencional y preparado para el aplauso en la sala de cine. Aun así ya logra más que la mayoría de novelas de este corte o quizá no, no soy objetivo porque toca dos puntos débiles de mi generación: los 80 y el futuro y sus cualidades tecnológicas.

¿Qué es lo más atractivo del libro? Pues que esa evasión se materializa en el mayor grado: la realidad virtual. Un mundo devastado por las hambrunas, la pobreza, las guerras y el cambio climático ha logrado sin embargo el sistema perfecto y quizá único de salvación para gran parte de la población: la realidad paralela del ciberespacio virtual, con un realismo igual a lo real. Una mezcla de Bill Gates y Steve Jobs empezó en los 80 a crear videojuegos y acabó a mediados del siglo XXI como el más rico del planeta, gracias a eso pero sobre todo a su gran creación: Oasis, un entorno virtual totalmente real y donde la Humanidad ha acabado viviendo una gran parte de la vida real, aunque sea a través de algo no material. Se relacionan, “salen”, trabajan, “viajan”, compran, van a clase, asisten a conciertos… A su muerte deja como legado su juego definitivo, donde todos los usuarios podrán participar y encontrar el tesoro final: nada más y nada menos que toda su fortuna y su empresa. Pero la corporación rival también se lanza a la lucha y un chaval experto en la cultura ochentera y los videojuegos de la época, sin apenas medios, deberá luchar contra ellos en el ciberespacio más real imaginable.

Como digo el libro será todo un éxito y más aún cuando se estrene la versión de Spielberg, pero lo importante es reflexionar en si el mundo se dirige al que describe Ernest Cline. Espero que no, pero reconozco que sí me atrae la vertiente de realidad virtual y sí me impacienta que pronto se alcancen los niveles descritos en la novela. Quizá, como le ocurre al protagonista y a tantos millones de habitantes de ese futuro tan desalentador, no sea muy adecuado, pero viendo la realidad que nos toca vivir y la que nos tocará probablemente no sería tan grave sumergirse en ese mundo alternativo. Seguramente pronto lo averiguaremos, pronto quizá la novela de Cline se convierta en premonitoria porque precisamente a finales de este año y 2016 va a comenzar por fin el asalto comercial de la realidad virtual, una tecnología que hace años se está desarrollando pero que ha tenido que esperar hasta poder ofrecer una experiencia verdaderamente "real", que es lo que verdaderamente enganchará al usuario. El futuro, como siempre, se acerca...
Votar, decidir, protestar, luchar, conservar, desear, renunciar... Desde la Segunda Guerra Mundial el ciudadano se convirtió en el "rey", en el bien necesario, en el paradigma de consumidor libre. Era necesario para ir a más, producir más y las democracias occidentales proporcionaron un acomodo de aparente libertad y futuro para todos. El sueño se desvanece, pero no sólo por el abuso de las élites, que también, ni por la corrupción del poder, que también, sino por la contradicción, pasividad o aquiescencia del ciudadano, convertido en paradigma de un cuadro clínico psiquiátrico.

No vamos a rascar la superficie de los acontecimientos que marcan el devenir actual, de uniones económicas y monetarias al servicio de las grandes corporaciones y entidades bancarias, de países en quiebra en parte por apretarles tanto las tuercas, en parte por su inconsciencia. Tan culpable es el timador como el que se deja timar, porque detrás de ese timo siempre está la codicia, el ganar sin esfuerzo, el tener más e ir a más pero sin sacrificios. Jugamos con el trilero y luego le reprochamos el habernos engañado.

El sistema ha creado una red que se interconecta y retroalimenta para seguir ubicados en la caverna de Platón actual: seguimos mareados con las sombras que proyecta una realidad ajena a nosotros. Lo grave es que en el mito platoniano los que contemplaban las sombras no intuían siquiera la existencia de la realidad que había detrás; nosotros la conocemos o al menos la deducimos, y sin embargo nos mantenemos mirando hacia esas sombras. Sólo miramos de reojo la realidad y nos indignamos pero nunca nos damos la vuelta del todo, quizá porque esa realidad, aunque fuera mejor, supone un cambio tan radical que no estamos dispuestos a afrontar.

Así las cosas seguimos cabalgando en caballo desbocado, deseando asir las riendas y descabalgar al mismo tiempo. Si controlamos al caballo nos llevará o le conduciremos a donde en realidad no queremos ir y si caemos podremos malheridos emprender el camino requerido aunque duro, largo y a pie. La igualdad, justicia, progreso y dignidad que tanto reclama el ciudadano ya no parece que siquiera él mismo se lo crea, totalmente alienado por su educación y aburguesamiento, provocando la continua contradicción entre un deseo de cambio y otro de conservadurismo.

Ese era el objetivo. Esa dualidad personal se transmite en el sistema "democrático", en lo público y en lo privado, creando una maraña de contrapesos siempre beneficioso al sistema, aunque parezca que lo desestabiliza. Deseo de mejora colectiva sin menoscabo de su situación personal. Es el homo economicus con la coraza de la tecnología al servicio de ese alienamiento y sentido acrítico o pueril de la realidad. Todo ello se refleja en lo relativo de los cambios, basculando entre lo malo y lo peor, sin dejar de confiar muchos en partidos corruptos y otros sin apoyar del todo a un cambio real, sea mejor o peor el remedio que la enfermedad.

Hay que admitir de una vez que el cambio empieza por uno mismo, por su vida cotidiana, por su planificación, su coherencia en los actos y su lugar en el mundo. El ciudadano en el fondo se ha creído el centro a pesar de que se sienta desplazado y ninguneado. La respuesta a esa dualidad es sencilla: se le ha educado para eso. Era la clave para que la élite, el poder político y económico sobreviva a lo que ha de venir, sin menoscabo de sus intereses. Para ello era necesario un escenario cambiante donde parezca que el ciudadano puede decidir o cambiar de raíz las cosas. El truco está precisamente en que es así pero no lo va hacer, demostrándose cierto el experimento de dependencia, abriendo la jaula para encontrar esa libertad ansiada pero quedándose finalmente dentro de la jaula ante el pánico a esa misma libertad.

El tiempo como siempre dirá quién venció. Pero en esta lucha no hay medias tintas y se necesita coraje y coherencia, sin abrazar el pesebrismo de unos o la revolución sinsentido y confrontadora de otros, porque eso es lo que se busca siempre y se consigue: la división, la confrontación ideológica absurda apoyada en referentes personalistas que son los primeros que no creen en ello, mero instrumento para conseguir lo que cualquier manual de politología apunta: el poder.

Al igual que una familia no decide por consenso qué hacer con un familiar enfermo, sino que lo decide el médico o el cirujano, el ciudadano no puede tener la responsabilidad de decidir por lo más trascendental, no porque no pueda o deba, sino porque él mismo con sus actos individuales y cotidianos demuestra ni siquiera quererlo en el fondo. Es la esencia misma del ciudadano desquiciado, del querer y no poder y del poder pero no querer.

El desquiciamiento viene de esa dualidad, de dos opciones, de escoger una u otra cuando la clave es coger lo bueno de una y lo bueno de otra. El problema es que no dejan o más bien fomentan el creer que no dejan, continuando con efectividad la caverna platónica. Siempre elegir, siempre contra algo, siempre decidir mal. Pero da igual, porque nunca se decide de verdad.

Cuando dejemos de mirar las sombras y darnos la vuelta; cuando veamos la realidad; cuando analicemos con objetividad y no con confrontación como nos enseñan a hacer; cuando hagamos eso, entonces sí podrá haber un cambio, sí podrá crearse una sociedad medianamente civilizada y justa.

Es indudable el daño que ha hecho el sistema de ir a más, el de tener más, el de participar pero sin mojarse, el de los abusos políticos y económicos, el de la corrupción, pero no olvidemos que todo ello lo realizan seres humanos como nosotros, que el mal mayor es provocado por males menores provocados por nosotros mismos; que bajo ciertas corrupciones hay por detrás familias, amigos o nosotros mismos que vemos, obviamos y aceptamos hechos menores que alimentan los mayores. Que todo está interconectado.

Quizá en el fondo el ciudadano no esté tan desquiciado, sino más bien frustrado y perdido. Porque sabe que la historia y el desarrollo no se para y lo único que le queda tras conseguir su mayor o menor acomodamiento en el mal llamado estado del bienestar es protestar por esa pérdida pero sin cambiar uno mismo, al margen de que paguen los mayores causantes de tal decadencia. Pero esa decadencia, como ocurrió en Roma, fue fruto de todas las capas de la sociedad. Quizá en el fondo sabe que la tecnología va a revolucionar todo, que aunque viviéramos en un mundo más igualitario y justo no cambiaría el hecho de que lo de antes ya no va a valer. Quizá sepan, sepamos, deberíamos saber, que el camino a tomar sería duro durante un tiempo pero fructífero al final. Pero el ser humano no tiene paciencia, porque quiere más con menos, porque quiere algo ya y porque el tiempo se nos escapa entre las manos. Quizá por eso estamos donde estamos, nos han colocado donde estamos pero nosotros hemos contribuido a ello.

Sólo queda cambiar, evolucionar, pero de verdad, dejándose de enfrentamientos ideológicos. Sólo así se cambiaría de verdad a la élite. No obstante por algo lo son, y siempre, siempre, tienen un plan B... y nosotros siempre picamos. Puñeteros trileros...
“Las coherencias tontas son la obsesión de las mentes ruines.”  (Ralph W. Emerson)


En 1801 Thomas Young realizó un experimento crucial que posteriormente constituyó el pilar básico de la mecánica cuántica: la dualidad onda-corpúsculo, o lo que es lo mismo, la "mágica" capacidad de un partícula para comportarse como onda y como partícula. Para comprobarlo lanzaron electrones sobre una pantalla interponiendo otra con dos rendijas. Resultado: colisionaban como partículas pero sólo en las zonas en las que lo harían como ondas. Resumiendo: en realidad no son ondas ni son partículas sino que se comportan en función de la observación.

La cuántica rige lo más pequeño, los pilares de la materia, pero se puede aplicar al comportamiento humano, más aún en nuestros días: el psicoanalista Darian Leader afirma que la nueva gran dolencia psiquiátrica de nuestro tiempo es la bipolaridad. Como bien apunta, es la nueva excusa para nuevos fármacos y nuevas terapias. Efectivamente, está de moda digamos ser bipolar o parecerlo, unos para intentar comprender las continuas contrariedades y otros para aprovecharse de ellas. Hablamos de política, economía, flujos migratorios, países, ideologías, sistemas educativos, sanitarios..., de todo, y nos posicionamos en una postura inamovible mientras quede bien con nuestra "ideología" e idiosincrasia, con nuestro entorno, por otro lado definido por un pasado y una educación concretas, es decir, adquirido y no como algo infuso. Se puede ser onda y partícula. Todo es verdad, es decir, todo puede ser mentira.
                              
El ser humano desde tiempo inmemorial navega siempre entre el idealismo y la practicidad, entre la justicia y su beneficio personal, entre la denuncia y la protección de los suyos y de lo suyo. Es dual, onda o partícula según convenga. Nosotros, observadores, también le veremos en uno u otro estado según nuestras creencias, traumas, valores, ética, moral, entorno, pasado, experiencias... Es fácil ser Quijote, lo difícil es ser Sancho y seguirlo, desear lo que él desea pero darse cuenta de la realidad. 

Asistimos a la enésima repetición del eterno bucle de lo histórico, lo ideológico, de la idea del "cambio". Todos saben lo que hay que hacer y se comportan de manera previsible: partidos, líderes, ciudadanía, tertuliano, periodista, indignado, corrupto, cura o charcutero. Somos idealistas rodeados de miles de personas o en el bar. Somos prácticos al llegar a casa, cuando nadie nos ve y debemos velar por nuestros intereses, sea de manera honrada o no, sea un anarquista o un ejecutivo. Buscamos el cambio pero en vez de ponernos a ello, empezando por cada uno, seguimos a pies juntillas la programación de un gobierno, un partido, una revolución, un plan en definitiva, arropado por la nunca bien ponderada PNL o programación neurolingüística. Lo podría resumir así: la democracia sirve para elegir a lo que crees tú que quieres y el capitalismo para comprar lo que crees que necesitas. Nos posicionamos a un lado y ya dará igual el origen, propósito y consecuencias. Maquiavelo lo sabía muy bien.

Pero pongamos ejemplos concretos de la dualidad onda-partícula, de la bipolaridad que puede generar, de cómo ambas son ciertas dependiendo del "obsevador":

Onda: la victoria de Podemos es necesaria para regenera un sistema caduco y corrupto gestado en la Transición y que ha traído estos lodos. Da igual cómo se ha gestado, sus intenciones o consecuencias. Peor que esto no será y traerán medidas necesarias, aunque las utópicas al final no se puedan llevar a cabo como se demostrará con Grecia. Además es una obra maestra de cómo en unos meses se puede gestar la opción al poder utilizando el 'manual': mensajes, uso de medios, estrategia política, logística de partido...
Partícula: Podemos ha llevado a cabo un plan desde el mamoneo universitario para alcanzar el poder. Siempre conlleva la contradicción en si misma: se caen en los errores que se denuncia (no hace falta citar casos), se aparenta consenso pero la fácil manipulación de la masa hace que al final se logre lo contrario, el objetivo: un líder indiscutible y una jerarquía y modos casi sectarios (como en todos partidos, vaya). 

Onda: Montoro está usando su ministerio para perseguir a ciudadanos incumpliendo normas de privacidad. ¿Por qué no hace lo mismo con los suyos o con las grandes fortunas y les amenaza igual?
Partícula: las irregularidades son un hecho y la incoherencia es absoluta aunque es el enésimo caso donde discurso y hechos no casan, donde supuestamente rechazas un sistema y prebendas que luego usas como el que más. 

Onda: Grecia ha estado años falseando cuentas y los ciudadanos siguieron votando a aquellos que las falseaban. El 40% de su economía es sumergida y si pides un préstamo se devuelve, sobre todo teniendo en cuenta al plazo que tienen (hasta 30 años) y gran parte de él al 0%. Los griegos han votado por la insumisión y resistencia frente a Europa pero a la vez sacan sus ahorros por miedo a las consecuencias de las medidas que ellos mismos han votado. Tanto Grecia como España, Portugal, Italia e Irlanda han vivido por encima de sus posibilidades y su nivel de productividad e idiosincrasia (actitud ante el trabajo, la economía sumergida, la corrupción) son por decirlo suavemente distintas a Alemania, Dinamarca, Austria, Noruega o Suecia. 
Partícula: a Grecia y el resto de países citados permitieron eso pero la UE sólo aprovechó la crisis para cercenar la clase media y aplicar políticas restrictivas mientras los de siempre han salido impunes y se han forrado aún más. Se ha demostrado que las políticas expansivas son las que sacan a un país de una crisis. La deuda jamás se podrá devolver, es un hecho, así que lo más justo es crear leyes más ecuánimes y fomentar el crecimiento en vez de aumentar la brecha norte-sur de Europa.

Y así podríamos seguir con lo más actual como el pequeño Nicolás, la lista Falciani, etc., etc. La realidad es que la realidad es una con varias vertientes, y que cada una de ellas la convertimos en mentira según nuestros anhelos o intereses, nuestras ideas o esperanzas. Cuando por fin nos dejemos de entretener en debates espúreos y nos pongamos por fin de acuerdo en un sistema lógico y eficaz ajeno a "estar con alguien o contra alguien", cambiarán las cosas de verdad, como ocurre en los países más desarrollados y civilizados, donde la cuestión política es menor y prima la eficacia, sea de la "ideología" que sea.

Por otro lado, aquellos que se indignan quizá se echen las manos a la cabeza si se cumplen las previsiones geopolíticas y demográficas (África posee más millones de personas menores de 25 años preparados para trabajar y consumir que India y China juntas, por cierto, éste último el mayor inversor allí). Europa creció, esquilmó y ahora les toca a otros, sea justo o no. Condenamos hechos y derivas con las que luego convivimos año tras año, sean maltratos, injusticias, abusos o carencias. Queremos la solución sin analizar el problema, sin reflexionar ni usar el sentido crítico y lógico que requiere toda incertidumbre y reto.

Dejemos ya los partidismos y las ideologías y cojamos lo mejor, lo que funciona, sea venezolano, alemán, americano, japonés o sueco. Por supuesto que cultural, económica y tecnológicamente EE.UU. y Europa siguen siendo el referente y modelo a seguir por ser 'lo mejor entre lo peor' pero es hora de otra forma de gobierno y de pensar, y mientras sigamos pensando y siendo igual de sectarios y contradictorios nos seguirán gobernando los mismos: unos con corrupción e injusticia, otros con falta de derechos e inseguridad, pero ambos con vicios ocultos y luciendo virtudes envueltas en daños colaterales que siempre acabamos admitiendo e ignorando para poder seguir jugando a lo mismo. Sólo así nos daremos cuenta de que quizá el modelo más lógico en lo competitivo es el americano, o en lo social es el escandinavo, o en lo logístico es el chino, o en lo igualitario es el ecuatoriano, o en lo sanitario es el cubano. Quizá, sólo quizá, si dejamos ya de estupideces sectarias y de a ver quién es más de izquierdas o de derechas, podamos ponernos de acuerdo coger lo mejor de cada casa y que nos gobiernen los mejor preparados. Mientras sigamos jugando a lo mismo, mientras los mismos, siendo tan distintos, sigan haciendo lo mismo y nosotros reaccionando lo mismo, todo seguirá siendo lo mismo. Seamos ciudadanos de verdad, eso que tanto de reclamamos de boquilla mientras seguimos actuando cual veleta en función de expectativas, discursos y maniobras de poder, de la derecha y de la izquierda, de los de abajo y de los de arriba. 

Seguiremos leyendo a los expertos, a los que verdaderamente arriesgan, a los que de verdad sufren, a los que realmente quieren cambiar y cambiarlo, los que avanzan y no se dejan influir por el gregarismo, la ideología, el sectarismo o el absolutismo; a los científicos, investigadores, ingenieros, inventores, gestores de eficiencia, emprendedores, solidarios... El resto es ruido, demasiado ruido. De nosotros depende. 


“Ser sincero no es decir todo lo que se piensa, sino no decir nunca lo contrario de lo que se piensa.”  (André Mourois)