Los Héroes del Silencio lo decían y no se equivocaban: la apariencia no es sincera, no. Si alguien está libre de pecado, que tire la primera piedra. En las últimas semanas, a raíz de acontecimientos cotidianos, pasados y presentes, y reflexiones como siempre al calor de una copa o un paseo, te das cuenta de la realidad paralela que nos rodea, de la nula casación de palabras y hechos.

No hay duda de que las sociedades se fundan sobre la confianza mutua, pero también sobre el engaño y la ocultación. Una cosa es compatible con la otra, sobre todo si de no matarnos entre nosotros se trata, o de al menos convivir de manera más o menos civilizada. Si la confianza o el engaño se llevan a extremos, tanto uno como otro llevan al conflicto, aunque el primero tenga un origen aparentemente bueno y el segundo aparentemente nocivo. Un amigo dijo una vez una de las frases más geniales que he oído, compendio de lo que una frase genial debe tener: sabiduría y brevedad, logrando que sean directamente proporcionales para más inri. Dijo esto: la mentira es el pegamento social. Reflexionad sobre ello. Y yo añadiría: y el autoengaño el barniz que lo recubre y "embellece". 

Pero vamos a lo que nos ocupa, porque no voy a hablar de la mentira sino de la apariencia, es decir, de las medias verdades o de las medias mentiras, de la prestirigitación social. Todos y cada uno de nosotros tenemos que mantener las formas, callarse cosas y ocultar otras, minimizar comentarios y fomentar la benevolencia. No obstante todo ello debe regirse por un coherencia general, una constante cosmológica vital que guíe nuestros actos, para bien o para mal, haciendo el bien o haciendo el mal. La incoherencia no es la madre de todos los males,  pero sí el pariente acoplado en el resto de defectos personales o incluso virtudes.

La apariencia y la incoherencia suelen ir de la mano. En nuestra vida cotidiana, en la política, en la economía, en el trabajo... En todos los órdenes aparecen en mayor o menor medida estas constantes. Sólo el amor y el odio puro pueden vetar estos a veces necesarios, a veces crueles invitados, y no siempre. Cuanto más intentamos serlo a veces menos lo somos, porque vivimos en una sociedad donde la improvisación, el nadar y guardar la ropa y la contradicción están a la orden del día. 

Quizá, sólo quizá por eso, nos equivocamos tanto, nos inunda tanta crisis, nos agobian tantos problemas, nos quejamos de tantas cosas, nos culpamos de tantos actos, culpamos de tanto a tantos y nos engañamos tanto, nos empeñamos en equivocarnos tanto y nos autoengañamos tanto. Quizá, sólo quizá por eso, no tengamos derecho a exigir tanto ni lamentarnos por tanto.