Como era de esperar en este país débil y debilitado, ahora es el turno de los nacionalismos y de las derivas independentistas, siempre latentes en vacas gordas, siempre "oportunas" y oportunistas en vacas flacas.

Un nuevo frente se abre en la actualidad y en las tertulias. Nacionalismo, independentismo, regionalismo, localismo... gañanismo, llamadlo como queráis. Una vez más, sin que sirva de precedente, no me posiciono claramente, no ya porque no considere tales "sentimientos" arcaicos, absurdos o antediluvianos. Sencillamente porque como con casi todo, en esto también la lógica no alcanza a remontar las altas cumbres de la condición humana.


Yo soy el primero que he saltado y gritado viendo ganar a España, que he sentido orgullo ante un compatriota o que me he alegrado de ver a un paisano paseando por las calles de Copenhague, Londres o Estambul. Escuchar la lengua común provoca en ti un sentimiento de pertenencia a algo difícil de obviar. 

Somos gregarios y tribales. La política, las cantinas y bares y las tertulias han hecho el resto. No voy a juzgar el nacionalismo catalán, vasco o de Québec, sencillamente porque no sé cómo sería yo de haber nacido allí. Intento usar la cabeza y llego a la conclusión, y con el paso de los años incluso siento, que todos son estúpidos, que debería no haber fronteras salvo las de uno mismo, tu dignidad, libertad y responsabilidad. Me da risa y pena a la vez ver a rapados con el brazo en alto, individuos con pasamontaña y cócteles Molotov o gafapastas intelectualoides con la senyera. Son nada más y nada menos que símbolos que separan, excusas para fardar, segregar, superar frustraciones o pertenecer a un colectivo sin más. No comprendo el "no puedo vivir sin mi pueblo" o "mi .... es lo mejor". 

Me importan un bledo las discusiones políticas, las razones o no que unos u otros tengan. A unos y otros puedo comprender, porque me da igual de grima el del pin con el purito y la corrida de José Tomás que el que no ve más allá de un castellet o un aurresku. Lo que cuenta es lo nada que hemos evolucionado. Criticamos los nacionalismos pero todos lo somos de una u otra manera. Todos somos fieles a un colectivo, todos defendemos algo a ultranza, sin analizar, se tenga o no razón; todos abrazamos la fanática bandera de una pareja, familia, grupo de amigos... Somos la primera generación que (por ahora) no hemos pasado por hambrunas, guerras o cualquier otra situación verdaderamente límite. Nos la damos de justos, ecuánimes, reflexivos, tolerantes y analíticos pero la mayoría quizá mataríamos por esto o aquello, cometeríamos atrocidades en nombre de tal o cual idea. Nos rasgamos las vestiduras ante la posición de un gobierno central o la de un nacionalismo periférico pero a diario, durante toda nuestra vida, seremos ultranacionalistas de nuestro status, nuestras posesiones, de los nuestros y de lo nuestro. Somos homínidos. Todavía.

Por eso miro a mi alrededor. Por eso me miro a mí mismo y pienso el grado de estupidez del ser humano. Me tengo que callar porque mañana quizá defenderé con uñas y dientes a mi ciudad, mi pueblo, mi equipo de fútbol, a un familiar o a un amigo, a un compañero de mus o a un vecino que me arregla el ordenador. Qué más da. Lo único verdadero es que nos posicionamos y nos fanatizamos fácilmente, con argumentos más o menos sólidos. La única verdad es que todos llevamos un nacionalista dentro, un separatista, un excluyente, porque vivimos y morimos en un entorno cerrado aunque aparentemente abierto, con unas normas, convencionalismos; con unos criterios y unas compañías de características comunes; con unos intereses y visión particulares. 

No sé si será justo o no que Cataluña o Euskadi acaben separándose. Cada uno tiene derecho a estar donde quiere y cómo quiere y cada uno debe cumplir unas normas si quiere estar en una determinada colectividad. Me parece estúpido y asqueroso a la vez, sobre todo porque sesga vidas o cuando menos convierte todo en una tablero hipócrita de política e intereses, de falsos sentimientos y fanatismos gañanes

Qué hacer. Por mi parte me gustaría que no hubiera fronteras pero es utópico. Sin embargo hoy aplaudiré que gane España su partido, pero en motos siempre iré con Rossi. Tengo mi límite patriótico muy bajo pero no es mejor ni peor que el de otro que lo tenga alto, y quizá en un futuro volverá a ser alto, porque mis reacciones y las de él serán básicamente irracionales. Somos teóricamente bondadosos pero nos gusta y apoyamos muchas veces al malo de la película, porque va contra lo establecido, aquello que en el ámbito real defendemos. Así que que el río siga su curso y las banderas ondeen... A media asta, pero que ondeen, ¿verdad?
Siempre pienso sobre qué voy a escribir en este blog. En esta ocasión he mirado el espacio en blanco y he empezado a hacerlo. La vida es aquello que te pasa mientras te empeñas en hacer planes. En los momentos duros que te toca vivir es cuando te das cuenta de lo verdaderamente importante en la vida, aunque suene a cliché. 

Hoy no voy a hablar de crisis, ni de tecnologías de futuro, ni de economía, ni de formas de mejorar el sistema. Simplemente porque a veces y en el fondo dan igual, porque el ser humano es como es y no se puede hacer nada por cambiarlo salvo vivir bien tu vida y hacerla llevadera a los que te rodean, a tus seres queridos. 

Nos preocupamos -y yo el primero- de primas de riesgo, de lo mal que está la cosa, de divertirnos en tal o cual sitio, de condenar, apoyar o ignorar tal o cual situación. Nos creemos en cierto modo inmortales y pensamos que cualquier tiempo pasado fue peor. 

A veces, sólo en los momentos duros, si -quizá- nos damos cuenta de que los números en una pantalla, la apariencia o lo material importan un carajo cuando tengas que rendir cuentas o hacer balance. Que nada de eso pasará ante ti ni nada de eso ocupará tu anciana mente cuando tengas todo el tiempo del mundo para rememorar lo bonito o asqueroso de la vida. 

Mañana, pasado, en una semana, un mes o un año volveré a sentirme bien de nuevo, volveré a preocuparme de una apariencia, una fiesta, unos números en una pantalla o una noticia sobre la crisis que hay y que se nos viene aún. Pero echaré la vista atrás, pensaré en lo que éramos y nuestros padres eran, en lo que nos dieron y cómo vivían, con sus virtudes y miserias, y me/nos tendremos que callar la boca y afrontar las pequeñas cosas que dan sentido a nuestra vida y los lazos familiares, de amor o de amistad que te hacen partícipe de algo que es indefinible. 

Volveré a ser cínico, quejica, bufón o denunciador, pero sabré o debería saber lo que importa y luchar por ello.