El domingo coincidieron dos hechos que a primera vista no tienen relación directa, pero cuyo contenido y resultado dan para múltiples reflexiones sobre los tiempos que corren y el futuro de las ideologías, del capitalismo y del socialismo: el programa Salvados, dedicado a Cuba y su aperturismo; y las elecciones tanto andaluzas como asturianas, si bien nos centraremos en las primeras por lo que ya veréis.


21:30 h: comienza Salvados. Jordi Évole se ha trasladado a Cuba para pulsar la situación actual del país caribeño y comprobar in situ las medidas aperturistas que el gobierno castrista quiere implantar. Es un país socialista, pero los problemas que les acucian y las medidas que van a tomar nos suenan: incapacidad para mantener la sanidad y la educación gratuitas sin que haya desde ya profundos cambios para conseguir la eficiencia; despido de más de un millón de funcionarios (en Cuba hasta ahora tres de cada cuatro trabajadores eran empleados públicos, muchos de ellos sin función específica alguna y de productividad casi nula); transición paulatina a una economía parcialmente de mercado (ya se pueden comprar y vender coches y casas, si bien estas últimas sólo hasta un máximo de dos).

Es paradójico que para que el sistema socialista cubano sobreviva necesite reformas capitalistas y en los países occidentales democrático-capitalistas necesitan de medidas hasta cierto punto de izquierdas para mantener el sistema de mercado y financiero. Quizá sea porque aún seguimos sin distinguir los deseos y necesidades humanos como individuos de los deseos y necesidades como sociedad. Todo ello demuestra el cambio no hacia otro sistema, sino hacia el sistema, es decir, hacia la eficacia, la eficiencia y el control.

Hacia las 22:00 h: ya se sabe que el PP ha ganado en Andalucía pero sin la mayoría suficiente para gobernar. Los andaluces han votado mayoritariamente de nuevo a la izquierda, sumando los votos del PSOE e Izquierda Unida, prevenidos en buena medida tras cuatro meses de recortes del gobierno central. Prefieren lo malo conocido unos; quizá otros no quieren ver recortar sus privilegios en ayudas, subvenciones y demás ventajas de un estado de bienestar poco competitivo. El nivel de vida de los andaluces es muy superior al de Cuba (no hablo de la calidad de vida sino del nivel): no quieren perderlo porque no se trata de defender un sistema de izquierdas sino un sistema beneficioso individualmente; los cubanos no quieren perder la esencia socialista pero van hacia lo contrario, hacia un sistema más eficiente con medidas de economía de mercado, porque no tienen casi nada que conservar sino todo por crear.

Hacia las 22:00 h: Jordi Évole entrevista a los responsables de un negocio en La Habana: un restaurante de comida criolla para comer en el local y para llevar. Abrieron hace tres meses gracias al fomento del gobierno cubano por lo que llaman cuentapropistas, el equivalente al autónomo español. Les va bien. Tienen ocho empleados. Uno de ellos cuenta su experiencia delante de sus jefes, sin tapujos. Ha dejado su cómodo puesto de funcionario en un hospital como rehabilitador, para lo que estudió durante años, por uno de cortador de carne en dicho restaurante. Trabajaba siete horas y ahora lo hace dieciséis, pero cobra casi cinco veces más. No tiene ya tiempo ni vida social pero dinero suficiente para su caprichos, ayudas familiares y sueños de futuro, como comprarse una moto. Es feliz, no se arrepiente de la decisión. Tanto él como los propietarios hablan en términos de mercado (sueldos, mercadotecnia, bienes de consumo) pero sin perder la fe en el castrismo, la fe en el socialismo y en los valores de la revolución. 

El tiempo televisivo hace coincidir dos hechos aparentemente alejados pero unidos por la situación actual y las necesidades de futuro. El aperturismo, la eficiencia, el cambio de modelo hacia uno u otro lado. Al final todo deriva hacia un punto equidistante desde posiciones contrarias. El capitalismo salvaje y el socialismo trasnochado parece que necesitan iguales soluciones para sobrevivir, aunque no es el verbo más adecuado porque significaría pretender dichos cambios sólo para mantener un modelo; cambiar algo para que no cambie nada.

La realidad es que el funcionario cubano o el agricultor andaluz parecen defender el mismo modelo pero desde posiciones distintas, la de un socialismo aplicado a rajatabla y otro convertido en privilegios anquilosados e inmovilismo. Uno no quiere avanzar y necesita de condicionantes de mercado; el otro quiere que todo siga igual desde el mercado camuflado de un socialismo que ya sólo existe en los discursos, programas y demagogias de taberna o tertulia.

El cubano avanza hacia un nuevo modelo pero sin renunciar al paraguas ideológico del socialismo y de la solidaridad (los que no son disidentes u opositores, claro). El debate en Cuba, abierto por el mismo Raúl Castro, es una reinvención de la revolución con mimbres de economía de mercado para evitar el colapso de un sistema de no da más de sí ni para su supervivencia ni para la de los cubanos, anclados de facto en los años 50. El andaluz, europeo, occidental o de cualquier otro país capitalista (la mayoría), no busca una reinvención sino un mantenimiento de sus privilegios, ganados en parte por nuestros padres, por las generaciones anteriores, trabajando hace apenas unas décadas curiosamente las mismas horas que el cubano ex-rehabilitador convertido ahora en manipulador de alimentos, las mismas horas que dedica un chino y que tanto criticamos. 

Y es que todo es relativo, porque todo evoluciona hacia un mismo punto desde diferentes orígenes, como Cuba o España. Diferentes problemas, mismas soluciones. Desde posiciones diametralmente opuestas buscan el único sistema posible bien entrado ya el siglo XXI: equilibrio entre lo público y lo privado, búsqueda de la eficiencia absoluta, competitividad (un analista del gobierno cubano reconoce en la entrevista que para exportar y avanzar necesitan ser competitivos a la manera capitalista), recorte de gasto social para evitar el colapso de lo público y gratuito. Sin embargo, a los cubanos se les escapa que mientras ellos quieren mantenerlo o mejorarlo, en Europa se pretende desmantelarlo porque no hubo un control, no interesaba, la clase media debía ser próspera al menos durante un tiempo. 

En Andalucía todo seguirá igual o al menos eso querría una mayoría de izquierdas; en Cuba nada será ya igual de facto pero sí en esencia, o al menos eso querrían quienes apoyan al régimen. Dos formas de ver la realidad, dos procesos que parten desde diferentes situaciones. Al final un mismo objetivo, porque la historia tiende a repetirse, la dialéctica histórica y la condición humana es previsible y redundante. Pero sí hay algo seguro: nada, ni en Andalucía, ni en Cuba, ni en el resto del mundo, volverá a ser como antes. Hay otra cosa segura: nada hará cambiar al ser humano. Buscará siempre la utopía social pero el bienestar individual y la defensa de lo suyo. Incompatible.