El verano toca a su fin y volvemos con renovadas fuerzas y esperanzas. Un verano más de playas abarrotadas, paellas humeantes, terrazas llenas de conversación, de proyectos y miedos. Todo apunta a que el momento se acerca. Todo indica que, aunque se está alargando, la fiesta toca a su fin y un nuevo tiempo se acerca; este otoño será el prólogo. Muchos lo dicen, pocos lo tienen en cuenta o al menos esperan acontecimientos. Seguimos con nuestra vida, sin apenas modificar conductas, costumbres e ideas, mientras el mundo se dirige a otra cosa que aún no se vislumbra con claridad. Si a eso añadimos que los primeros pasos pequeños o grandes ya se están dando, como por ejemplo la reforma constitucional para el control de déficit y lo digerimos como una noticia más, nos da una idea del limbo en el que aún moramos. 

Más control, directrices supranacionales, modelo productivo que no absorberá la mano de obra parada, escasez de crédito, deudas impagables, etc, etc. Vale, todo eso es cierto y lo que nos queda pero abogo por defender, remitiéndome a otras épocas críticas, el vaso medio lleno, el horizonte de oportunidades aunque sólo se vea un desierto yermo. Sí, sabemos que quedará impune mucho chorizo, que pagan justos por pecadores pero si no se cambia la actitud, el chip que se dice hoy en día, se seguirá fuera de juego y darás la razón a aquellos que dicen que cada uno tiene lo que se merece.

Veamos: la crisis crea nuevas oportunidades, te hace cambiar de vida y eso suele ser positivo a tenor de cómo lo hemos hecho individual y colectivamente estas décadas; la crisis hace desaparecer lo superfluo para dar protagonismo sólo a lo esencial y necesario; la crisis agudiza el ingenio, te hace ser más competitivo, querer aprender más, socializarte más, indagar, buscar, preguntar...; la crisis abarata costes y surgen infinidad de descuentos, las cosas empiezan a costar lo que valen y no lo que la gente está dispuesta a pagar por ellas; la crisis, en definitiva, te hace soltar lastre, deshacerte de lo innecesario y salir de pozos en los que tú mismo te metes en tiempos de bonanza; es aire fresco, renovado, aunque huracanado; aguas nuevas aunque bravas. 

Ya sé que cada caso es un mundo y mucha gente que está sufriendo puede ver esto como absurdo. No lo es, por la sencilla razón de que el sufrimiento implica inteligencia y ésta siempre mira hacia delante y está al acecho; porque paradójicamente, al igual que el respirar te da la vida pero a la vez oxida tus tejidos y te lleva a la muerte, el sufrimiento es el peaje por la inteligencia pero la mejor arma para seguir adelante y reinventarse.