Tendemos a un pensamiento general, aunque presumamos más que nunca de no dejarnos influenciar por nadie y de tener más criterio personal que nunca. Hoy en día es fácil acceder a todo tipo de información pero la mayor parte está incompleta, sesgada o manipulada. Sin embargo el resto de la información digamos pura, el lado matemático de los hechos, la estadística, está ahí, al alcance de cualquiera decidido a SABER de verdad.

Steven D. Levitt y Stephen J. Dubner publicaron hace unos años lo que se convertiría en un fenómeno editorial: Freakonomics. Un catedrático de economía y un periodista quisieron dar otra perspectiva a la micro y macro economía basándose en estudios estadísticos, la sociología y el comportamiento humano en situaciones cotidianas. Muchas de sus conclusiones daban la vuelta a la ciertos postulados dados como categóricos buscando un análisis alternativo alejado de lo políticamente correcto.



Pero como hay cosas inmutables en el comportamiento económico (como el de que si algo funciona mejor no cambiarlo y aprovechar todo el filón) ambos autores se lanzaron a escribir una segunda parte, sin arriesgar tampoco en el título lógicamente. Superfreakonomics ha vuelto a dar en la diana comercial pero se le perdona por su clara vocación didáctica para ver la otra cara de la realidad, la verdadera.


Portada del libro


¿Qué les hace diferentes a estos libros? Su claro afán de provocar, para empezar. Pero provocar es fácil; lo que no es fácil es hacerlo mediante hechos y datos contrastables que muestran una realidad de la que no nos hablan. Pero no pataleemos, amigos, porque también depende de nosotros. Al igual que han hecho Levitt y Dubner, las estadísticas están ahí, al alcance de todos, gentileza de una revolución informativa e informática donde cada uno puede jugar a ser un Woodward y Bernstein sin necesidad de ninguna 'garganta profunda'.


Superfreakonomics analiza las mentiras y verdades de unos postulados sociales y económicos que damos como inmutables. Da un repaso a temas micro y macro, diseccionando mediante estudios estadísticos e investigaciones de campo cuestiones aparentemente periféricas o inconexas: el tráfico de Nueva York antes del automóvil, la prostitución en Chicago, las costumbres higiénicas de los médicos del siglo XIX, la determinada concentración de fechas de nacimiento...

El libro pretende ser freak, sin duda, pero su extravangancia a la hora de presentar ciertos hechos se basa paradójicamante en estudios exhaustivos y no en conjeturas, lo que significa que quizá lo extravagante sea la manera imperante en que se analizan ciertas situaciones y se muestran soluciones.

Superfreakonomics tiene una clara vocación de querer arreglar el mundo, ambiciosa pero posible, máxime si como hacen ellos se recompilaran y analizaran los millones de datos disponibles sin tapujos ni tamices. Los números están ahí; las soluciones también. Sin embargo, con la política hemos topado.

Afortunadamente el criterio personal aún está intacto, al menos en algunos, por lo que merece la pena sorprenderse leyendo cómo en 1900 un peatón neoyorquino tenía más posibilidades de tener un accidente de tráfico que ahora, cómo actos tan simples como lavarse las manos supuso una de las mayores revoluciones, cómo los animales rumiantes acaban también con el planeta o cómo el dióxido de azufre podría ser una solución en vez de parte del problema... En definitiva, una larga lista de hechos que nos hacen ver que los problemas se repiten a lo largo de la historia debido a nuestras costumbres, nuestra dejadez, nuestra estupidez o todas a la vez. Que la vida real se compone de toda la escala de grises y no de blanco o negro.

Y así decenas de casos que ponen de manifiesto, como decía una mítica serie norteamericana, que "la verdad está ahí fuera", o mejor dicho en los números, en los innumerables estudios, investigaciones y decisiones lógicas que unos pocos tomaron en beneficio de la mayoría. El libro invita a pensar con criterio y darse cuenta de que las soluciones son más sencillas de lo que parece.


Somos un homo economicus inevitable e incurable, como los chimpancés del epílogo demuestran en un impresionante experimento que realizó el economista americano de origen chino Keith Chen. Sin embargo Levitt y Dubner demuestran cómo con sentido común y dejando atrás los convencionalismos se podrían poner fin de manera eficaz y barata a la mayor parte de nuestros problemas. Ahora bien, es una lucha titánica. La inmensa mayoría de ellos los hemos provocado nosotros porque, en el fondo, estamos más cerca de los monos de Chen de lo que nos podemos imaginar.
No es que no tenga temas preparados para tratar ni vagancia en escribir. Espero próximamente incluir entradas con más asiduidad y temas más variados. Sin embargo hoy, día de puente, otoñal, me gustaría hablar, traicionando un poco el título de la entrada, de música, de esos momentos que ponen banda sonora a nuestra vida. No obstante no lo voy a traicionar tanto; seré breve, porque la música es la protagonista.


Enmarcádolo en la temática de este blog, habría muchas melodías que serían dignas de una civilización avanzada. Es más, si alguien de fuera escuchara tantos y tantos fragmentos de verdadera inspiración, belleza y sensibilidad humana que existen, ni se le pasaría por la cabeza cómo en realidad vivimos, pensamos y nos comportamos, lo que hacemos y nos hacen, lo que dañamos o detruímos. Se imaginarían el mejor de los mundos.


Si tuviera que elegir, al margen de determinadas canciones, fragmentos de ópera, sinfonías o concierto clásicos, sin duda me quedaría con las bandas sonoras del para mí el más grande compositor de cine, Ennio Morricone.


Poneos cómodos, subid el volumen y cerrad los ojos. Creo que cuando este planeta muera, si tuviera voz elegiría en su funeral esto:

Fragmento de la banda sonora de 'La Misión'