La Semana Santa ha pasado y con ella cayó de nuevo en mis manos un libro que me marcó hace años: La torre de cristal. Hablemos de religión. Este libro de Robert Silverberg, uno de los maestros de la ciencia-ficción, es un ejemplo perfecto de la esencia religiosa en el individuo. Ambientada en el siglo XXIII, el protagonista es propietario de un inmenso conglomerado de empresas y actividades. Una de ellas es la fabricación de androides de diferentes niveles físicos y mentales. Es una época donde el hombre ha alcanzado un nivel de civilización I y los androides son los encargados de llevar a cabo casi todas las tareas. El hombre es ya dueño no sólo de su tiempo, sino de unos seres que son similares a los humanos salvo en el hecho de no ser concebidos de manera natural. Consecuencia: los androides han creado secretamente una religión en torno al hombre que los ha creado, con la esperanza de una salvación próxima, con la esperanza de ser considerados seres humanos libres.

Recientemente han aparecido estudios reveladores sobre la necesidad humana de creer en algo, de el por qué y para qué. El libro de Lionel Tiger y Michael McGuire, God´s Brain, es uno de ellos. Parece que, al igual que el amor, la religión no es más que una necesidad sustentada por un cóctel químico alojado en el cerebro. ¿Necesidad, autoengaño, locura, fanatismo? Lo cierto es que la historia de la humanidad ha estado marcada por dos hechos inseparables uno del otro: guerra y religión, poder. Han ido de la mano arrasando campos de batalla, ciudades, pueblos y conciencias. La guerra ha sido la posesión y la religión el control, en una simbiosis casi indestructible.


Los conflictos han ido disminuyendo al menos en intensidad, que no en número, pero la religión sigue ahí, en todos los órdenes sociales, en todas las mentes del planeta, en mayor o menor grado, incluso en ateos o agnósticos. ¿Será tan fuerte en el futuro? Por mucho que la humanidad logre avanzar hacia una civilización verdadera ¿la religión seguirá ahí de una manera u otra, como en el libro de Silverberg?


Si las teorías de Tiger y McGuire son ciertas, parece que no es descabellada esta idea. Es inherente a la naturaleza humana buscar respuestas más allá de la lógica y la razón. Incluso en el hipotético caso de que en el futuro las encontráramos, seguiríamos preguntándonos por qué y anidando la posibilidad de algo superior. Esta faceta puede ser más o menos reprochable, más o menos comprensible, como la de los humanoides de la novela que buscan en su creador la respuesta a unas plegarias y la gracia de su salvación. La diferencia es que su creador es de carne y hueso, palpable, humano, y sus pretensiones son absolutamente terrenales: una liberación de su esclavitud y un estatus similar al de los humanos en derechos. Nada nuevo bajo el sol.


Desgraciadamente, en nuestras sucesivas civilizaciones, y antes en los asentamientos primitivos y tribus, la religión ha sido un instrumento de poder y sometimiento, de cohesión social en interés de los más fuertes. El pueblo se aferraba a un sentimiento religioso como alivio y esperanza cuando se le había inculcado precisamente para lo contrario. La gran virguería: el foco de las injusticias y la guía para superarlas al mismo tiempo.


Las últimas investigaciones parecen explicar el por qué de esta ilógica, pero la química cerebral no puede ocultar la realidad que todos podemos ver: que la única religión para un ser libre y dotado de inteligencia debe ser la razón y la justicia. Los androides de La torre de cristal tenían la inteligencia pero no la libertad; nosotros no tenemos excusa, ni podemos hablar cara a cara con nuestro creador.


Si creamos el paraíso en la tierra no habrá necesidad de anhelarlo en otra vida. Si eliminamos el sufrimiento, la injusticia y la frustración a nuestro alrededor no habrá necesidad de mirar para arriba. Palabra de...