Criticamos, siempre en el ojo del huracán, a gobiernos, empresas, corporaciones, instituciones, organismos, organizaciones en general. Les tachamos de insolidarios, injustos, demagogos, farsantes, ladrones y un largo etcétera. Criticamos no sólo su forma, sus actos, sino su fondo, plagado de intereses, ineficacias, mentiras y demagogias. Está bien, es cierto, pero ¿qué hay de nosotros como individuos?


Llevamos dentro, por inoculación, aprendizaje o cuna, el gérmen y el organigrama de aquello que parece ajeno a la individualidad, porque lo que crea el hombre como un todo no deja de ser un reflejo de él como parte: ¿Acaso la mente no actúa como un consejo de administración?; ¿no son parte de nuestros actos fruto de nuestros intereses corporativos?; ¿no intentamos en tiempos de crisis minimizar los daños, mostrar una faceta falsa o desviar la atención?; ¿acaso muchas de nuestras acciones y relaciones no están basadas en el mercantilismo más puro?. ¿No es parte de nuestra vida una enorme despliegue de relaciones públicas y protocolo, un continuo esfuerzo por una adecuada imagen corporativa?; ¿no tenemos en la cabezera de nuestra cama el libro de estilo del engaño a uno mismo y a los demás?


Pensadlo. Si no practicas esas políticas, es que tu empresa, Fulantio de Tal S.A., va bien; si no, deberías hacerte una auditoría interna urgente.


Suerte y que tu empresa llegue a buen puerto.

En las próximas décadas, si queremos dar el salto al siguiente grado de civilización, tendremos que cambiar radicalmente tres facetas:


- El modelo político-social.
- El modelo energético.
- El modelo biológico.


Jeremy Rifkin, economista y ensayista norteamericano, habla de estos modelos en dos de sus obras más destacadas y recomendables: La economía del hidrógeno y El siglo de la biotecnología. Mejor dicho, a través del segundo y tercer modelo, aborda también el primero, como no podría ser de otra manera, porque sin un cambio en el primero el resto es misión imposible.

El modelo energético



Portada del libro

El meollo del asunto está en que a mediados de este siglo el oro negro se agotará y a la gran mayoría de los inestables países que viven de papá petróleo se les acabará la paga y tendrán que emanciparse. Claro que también pueden darse a la mala vida y dárnosla a los demás. No obstante, ése es otro cantar.

Lo que nos ocupa aquí es: ¿qué energía deberá sustituir al petróleo? Ya tenemos muchas pretendientes, muy alternativas todas. La clave está en si lo serán no sólo en la acepción progre de la palabra o realmente alguna de ellas sería una aspirante real.

Es curioso, como menciona el autor, el concepto de descarbonización como clave y al mismo tiempo símbolo del verdadero cambio, no sólo energético sino ecológico, ya que está tan de moda el concepto. Porque para ecologista, el hidrógeno. Y es que a lo largo de la historia se han ido restando átomos de carbono al tema: primero fué la madera (10 de carbono frente a 1 de hidrógeno) y el carbón (2 a 1). Luego al menos se invirtió la tendencia: el petróleo (1 de carbono frente a 2 de hidrógeno) y el gas natural (1 a 4). No vamos mal. Cada vez se emite menos CO2 ¿no? Sí en teoría, pero en la práctica, mientras esté presente y con las crecientes necesidades energéticas, tanto da una u otra.

En cambio el hidrógeno está "limpio", es ligero y eficiente, la energía perfecta. Entonces ¿a qué esperamos? Pues a agotar lo que hay y ver cómo, cuando sea inevitable, sacarle toda la tajada económica posible a lo que venga. Pero resulta que el hidrógeno es una energía hecha para la revolución, la igualdad, la libertad. No necesita de una infraestructura centralizada y mastodóntica como el petróleo o el gas, sino que se podría usar de manera libre e individual, la definitiva solución a tantos problemas no sólo ambientales, sino sociales y geopolíticos. Demasiado bonito, sí, intentarán chafarlo.

El modelo biológico

Portada del libro

La revolución genética, para entendernos. Engloba de todo: medicina, biología, biomecánica, salud preventiva, mejora de la especie... La lista sería interminable, pero aún así, las absurdas leyes y los intereses corporativos intentarán que todo siga igual, por muchos avances que se puedan aplicar. El problema es que defensores y detractores van de la mano: los unos porque lo apoyarán siempre que se lleven su tajada y signifique un negocio lucrativo; los otros porque se oponen a todo lo que suponga un avance. La referencia que hace Rifkin en su libro, tomando un escrito del eugenista Julian Huxley a principios del siglo XX, es suficientemente elocuente (pág. 219):

"Está claro que, para cualquier avance significativo (...), no podemos depender de las mejoras que ante los síntomas políticos y sociales vayamos haciendo azarosamente o de parches ad hoc en la maquinaria política mundial, o ni siquiera de las mejoras educativas, sino que debemos basarnos cada vez más en aumentar el nivel genético de las capacidades intelectuales y prácticas del hombre."

Se puede aplicar, como véis, a la actualidad. El sentido común no sabe de épocas. El viejo discurso de ir contra la naturaleza y la evolución no tiene sentido, ya que es la propia evolución la que nos ha llevado a este punto, poseer un cerebro capaz de descubrir y manipular la esencia de la vida y seguir evolucionando. Si es malo ser más longevos, vencer toda enfermedad, crear seres más capaces y felices, entonces volvamos a las cavernas ¿no?

No es utópico. Es ya una realidad tangible, con una tecnología disponible. Vale, hoy por hoy es una utopía pero no por ser algo irrealizable, sino porque falta el primer punto, el modelo político-social, porque lo uno no quiere y lo otro no sabe o no puede. Rifkin da las claves para que ambas revoluciones sean realidades en unas pocas décadas, pero bajo un marco radicalmente distinto, bajo una estructura de poder y social diametralmente opuesta, bajo unas mentalidades absolutamente nuevas.

Si no creemos que es posible y hacemos porque lo sea, dará igual como hasta ahora bajo qué régimen energético estemos o qué capacidades científicas tengamos, porque si sigue todo igual, si siguen los mismos, el resultado será siempre el mismo: abuso corporativo, control de mercado, injusticia, freno al verdadero desarrollo. Porque el verdadero desarrollo empieza por uno mismo, por lo que anhela y le gustaría luchar, por lo que merece la pena; porque así es como llegaría arriba, y su sapiencia de decisión sería el reflejo de la sapiencia de acción de los primeros. Si no, los magníficos ensayos como los de Jeremy Rifkin serán sólo más papel utópico a la espera de que la estupidez y canalla imperante lo queme.
2009 ha expirado, y con ello la década. El año de la crisis económica, de la crisis de valores, del modo de vida. Un año donde poco se ha hecho para superar de verdad esta etapa pero donde al menos se ha hablado mucho y bien, sin tapujos y con valentía, de cómo pasar a otro estadio de cosas. Pocas voces pero claras, algunas famosas, otras anónimas pero igualmente trascendentales, porque cada nueva voz que se alza contra lo establecido, de un lado o de otro (por el empeño en bipolarizar todo, de posicionarse), es un paso más hacia lo nuevo, lo sabio, lo correcto, lo lógico, lo justo.


Hablar no basta, no cambia nada, faltan hechos, pero los hechos deben ser consecuencia de decisiones meditadas, convencidas, planificadas. ¿Cuánto se tardará en alcanzar esta fase?




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(Mientras escribo estas líneas, mi visitante amigo me mira con escepticismo. Cada vez duda más de que algo pueda cambiar, de que pasemos a la fase I donde él vive. Es cierto lo que digo, pero no es menos cierto que la gente sigue levantándose cada mañana esclavizado por sus obligaciones autoimpuestas, su consumo innecesario, sus promesas nunca cumplidas. El enero de cambio, de loables propósitos, pasará.


"No despertaréis", me dice. "Tenéis ante vosotros todo el potencial para el cambio, pero hay que empezar desde abajo. Empezar por tu propia vida. Ir contra el sistema no significa darse a la molicie o la violencia. Eso favorece el otro lado del problema. Siempre tribales, siempre coherentes en vuestra incoherencia. Nada se ha avanzado en realidad; la ciencia y la tecnología han corrido mucho últimamente pero arrastrando tras de sí todo lo demás."


"¿Qué hacer entonces?", pregunto. "Empezar por ser libre de pensamiento y acción. Sólo así se puede cambiar, se puede avanzar. El sistema está podrido, así que haz que se descomponga del todo. Hace falta una acción global. No tener miedo a cambiar de vida, a crear algo tuyo, a no pagar tributos injustos o innecesarios para que los de siempre sigan como siempre, a luchar por lo que merece la pena en definitiva. Tenéis que superar este anacrónico modelo social, económico y moral, este modelo arcaico, interesado, maquiavélico").

¿Cuánto se tardará en alcanzar esa fase?, me vuelvo a preguntar. Ante sus palabras, me sale un "¿alcanzaremos esa fase?" en voz alta. El visitante amigo hace una mueca y vuelve su mirada hacia la ventana. La vida ahí afuera sigue igual.


Es 2010, la segunda década del siglo XXI ha comenzado. Seguiremos hablando aquí de ese nuevo modelo, de esa nueva fase.